Friedrich Wilhelm Nietzsche

Análisis, comentarios y juicios críticos. Ejercicio 2

Elabora un juicio crítico sobre la interpretación de la figura de Sócrates que realiza Nietzsche en el texto propuesto, perteneciente a su obra "El ocaso de los ídolos", de 1888.

El problema Sócrates

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Sobre la vida, los más sabios han pronunciado siempre el mismo juicio: "No vale nada." Siempre y sobre todas las cosas, se ha oído en sus labios ese mismo eco lleno de duda, melancolía y cansancio, lleno de resistencia contra la vida: "Vivir significa estar enfermo por una temporada; le debo un gallo a Esculapio por mi curación." El mismo Sócrates, un cansado de vivir.
¿Qué se demuestra con esto? En otro tiempo se dijo (sí, se dijo, y bastante fuerte, y antes que nuestros pesimistas): "Aquí en todo caso debe haber algo de verdad." ¿Hemos de decir nosotros lo mismo? ¿Tenemos derecho a decirlo? ¿El consensus sapientium demuestra la verdad? "Aquí, en todo caso, debe haber algo enfermizo." Nosotros respondemos: a estos sapientísimos de todos los tiempos habría que verlos, ante todo, de cerca. ¿Acaso no estaban ellos bien firmes sobre sus piernas? ¿O eran tardos? ¿O temblones? ¿O decadentes? ¿Acaso la sabiduría en la tierra no se parece a un cuervo a quien le entusiasma un poco de olor a carroña?

2

En mí, esta irreverencia de creer que los grandes sabios son tipos de decadencia surgió por primera vez, realmente, en un caso en que a tal irreverencia se opone del modo más absoluto el prejuicio de los doctos y de los indoctos; yo reconocía que Sócrates y Platón son síntomas de decadencia, instrumentos de la descomposición griega, entigriegos (cf. El origen de la tragedia). Aquel consensus sapientium no demuestra en modo alguno que tuviesen razón en las cosas en que estaban de acuerdo; demuestra, antes bien, que aquellos sabihondos tenían en común algún elemento fisiológico que les inducía a tomar posición negativa frente a la vida, a "deberla tomar". Juicios y prejuicios sobre la vida, pro y contra, en último análisis no son nunca verdaderos; tienen el valor de síntomas, y como síntomas deben ser tratados; en sí mismos no son más que estupideces. Es preciso extender la mano y palpar esta sorprendente finesse: el valor de la vida no puede ser apreciado. No puede ser apreciado por nosotros, vivientes, porque un vivo es parte en la causa, objeto de disputa y no juez. Y los muertos tampoco juzgan, ya se sabe. El que un filósofo se plantee el problema del valor de la vida, es ya una objeción contra dicho filósofo, una puesta en duda de su sabiduría, una falta de sabiduría. Pero entonces: ¿es que todos esos sabios no son más que unos decadentes? ¿Es que ni siquiera fueron sabios? Pero quedémonos en el problema de Sócrates.

3

Sócrates era del más bajo origen. Plebe. También se sabe que era horroroso. La fealdad, que para nosotros es ya una objeción, para los griegos era casi una refutación. Y aún podemos preguntar: ¿era Sócrates griego? La fealdad deriva frecuentemente de un cruce o mestizaje. En otros casos, de la decadencia. Los criminalistas antropólogos nos dicen que el delincuente típico es feo: monstrum in fronte, monstrum in animo. Pero los delincuentes ¿son decadentes? ¿Fue Sócrates el delincuente-tipo? Se refiere a que un extranjero que entendía de rostros, pasando por Atenas, dijo a Sócrates cara a cara que era un monstruo, que albergaba dentro de sí los peores vicios e inclinaciones. Sócrates se limitó a responder: "Me conocéis, señor."

(Según la versión de Roberto Echevarren, "El ocaso de los ídolos", Tusquets Editores, Barcelona, 1972)